lunes, 14 de junio de 2010

La Soledad en el Matrimonio.-Climaco Arrieta.- Publicación

La historia personal con Dios es un “tú a tú”. Sin embargo, en el matrimonio se vive la experiencia privilegiada de comunión con alguien que también está llamado a relacionarse a solas con Dios. El recorrido de cada uno se convierte entonces en un solo camino, en el que se avanza ayudando al otro en su recorrido hacia Dios. En el matrimonio, se es con el otro y en el otro, pero construyéndose diferente del otro. “Hay un verso que es mío, sólo mío, como es mía, solo mía mi voz”. En el encuentro con la persona que más te construye se aprende también a respetar la historia con Dios. La soledad vivida en pareja es diferente de sentirse solo en la pareja. Al principio de la vida en común, se invierte tiempo y energía en construir un “nosotros”. Lo mal conlleva pocos espacios de soledad, pero construye una etapa necesaria. Es frecuente que sea un momento complicado para la relación porque cada uno puede tener diferentes necesidades de espacio compartido y de espacio personal, diferentes velocidades en el encuentro, diferentes necesidades de silencio... Es un momento de ajuste, en el que el diálogo, la comprensión, el respeto, la prudencia, el mucho amor, y la paciencia serán herramientas imprescindibles para construir una relación honda. Sí, además, se han estado muchos años casados sin hijos, uno se hace a su propio ritmo, y puede a veces resultar más difícil ajustar estas necesidades en las etapas de crianza e hijos pequeños. Cuando ya no existe el “nosotros”, se está mejor preparado para vivir en soledad porque cada uno se siente mas “yo”, con menos miedo a estar solo, incluso se necesita más el espacio propio. Es la paradoja del amor: “cuanto más soy yo mismo, tanto más unido al otro me siento”.Pero esta experiencia también puede variar según los tiempos y ritmos, la actividad, los períodos que se viven en la distancia, etc. Cuando el matrimonio pasa mucho tiempo separado por motivos laborales o otras razones, cada uno vive realidades distintas, y a veces volver a estar juntos puede dar miedo. La comunicación es fundamental en esas situaciones para no perder cada uno la comprensión de la interioridad del otro.En la sociedad actual, donde la mujer mantiene un ritmo laboral similar al varón, las madres pueden experimentar la culpabilidad del abandono, al dejar al marido y a los hijos “fuera de juego”... Pero estas ausencias también ayudan a todos los miembros de la familia a valorar la presencia de cada uno. A veces, la falta de comprensión en el matrimonio genera soledad. Son momentos duros, en los que uno tiene la impresión de aislamiento. En ocasiones, esto puede ser debido a que no dejamos participar al otro en nuestras debilidades, parecemos “superhombres” o “supermujeres” y creamos un espacio propio inaccesible. Otras veces, algunas necesidades personales (aficiones, ejercicios espirituales, retiros, amigos no comunes, etc.) provocan indirectamente la soledad de aquel sobre en el que recaen puntualmente las tareas del hogar En estos casos, lo importante es mantener la conciencia de “tarea compartida”, ya que todo ello es posible gracias a un proyecto común. Existe una vivencia de la soledad genuina del matrimonio que consiste en perseverar la intimidad de la pareja. Ni siquiera los hijos deben cruzar el umbral. Es uno de los mejores modos de enseñarles que en todas las relaciones hacen falta espacios propios, espacios comunes, espacios personales que hay que respetar. Siguiendo a Nouwen, podemos decir que en la vida familiar son importantes tres espacios diferentes de soledad: · Los momentos de soledad con uno mismo y con Dios, en una búsqueda de la soledad habitada. “El don de la soledad hace posible el don de la intimidad”. · Los momentos de soledad en pareja, imprescindibles para quererse, reunir fuerzas, vivir la intimidad, darse y ser amado. Si no respetamos estos espacios, la vida nos consume. Cuidarlos no es ser egoísta, sino prepararse mejor para acoger en su seno la realidad de los hijos. “Cuando vivimos juntos en soledad — respetando el Espíritu de amor de Dios — podemos entrar en una intimidad real entre nosotros”. · Los momentos de soledad de la familia nuclear: la soledad compartida entre padres e hijos es imprescindible para toda la familia. Los hijos sienten esos momentos de encuentro, intercambio y relación con sus padres como un acontecimiento. “La intimidad que nace de la soledad no solo crea un espacio en el que los cónyuges pueden danzar libremente, sino también un espacio para los demás, especialmente para los niños”. Esta soledad, ligada a la intimidad y generadora de vida, tiene en el silencio su mejor aliado. Pero no todos los silencios son iguales. En el matrimonio, el silencio toma diferentes formas: .El silencio necesario para crecer, que trasmite respeto, cuando los cónyuges están juntos en el silencio, rezando juntos, en Presencia: la persona se enriquece y crece interiormente. .El silencio necesario para no decir lo que uno sabe que no quiere o no desee decir: detrás de este silencio hay respeto y paciencia. No se puede decir en todo momento que uno piensa. En ocasiones es necesario callar, aguardar el momento oportuno, aunque duela. .El silencio de la ternura. El amor no necesita palabras. Aunque estén los hijos u otras personas alrededor, es posible mantener esas miradas calladas de complicidad, o esos sencillos gestos que mantienen vivo el amor. En el matrimonio se realiza ese fin del hombre de no estar solo. Hablando o, en silencio, es posible estar juntos sintiéndose uno en Dios. “Tú eres la primera presencia de Jesucristo para mí, de su amor personal, de su perdón, de su ternura.., y yo soy para ti. Juntos lo somos para nuestros hijos, para cuantos nos rodean, para el mundo”.

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