
De Dios y de su presencia real en la Eucaristía
La tristeza o ausencia de Dios, no nos permite ver, su presencia en nuestras vidas ¿Cuántas veces no nos habrá pasado esto en nuestra vida personal? Aquél momento de conversión, aquél deseo de ser mejores, sincero, se queda ahí, porque la tristeza, el desánimo, el fracaso, nos gana la partida. Y volvemos a nuestro Emaús.
Es cuando Jesús resucitado, actúa con su energía ; cuando el se va quiere que le pidan que se quede con ellos. Ese quédate con nosotros es el nuestro, porque la causa de la tristeza suele ser la mayoría de las veces la ausencia de Dios. Nos vamos muriendo por dentro. Las pequeñas dificultades cobran mucha importancia, los recuerdos de pecado anteriores parecen enormes. La impotencia se insinúa. Y cuando desaparece recuperan la alegría A veces tenemos motivos razonables para el desánimo. Los de Emaús tenían motivos para el desánimo. Cualquiera de nosotros hubiera sido peor que el gafe. Tenemos motivos para estar desanimados o ser pesimistas. Pero no tenemos ni uno para estar desconfiados. La Iglesia que Jesús quiere es una Iglesia confiada, no una Iglesia optimista. Los cristianos de hoy puede que tengamos motivos para no ser optimistas. Pero tenemos todos los motivos para poder confiar, porque la confianza no se fundamenta en el éxito ni en nuestras fuerzas, sino en la promesa de Jesús. Puede que de este momento de purificación nazca una Iglesia mejor. ¿Qué sabemos nosotros? Nuestros análisis racionales están hechos a veces con poca fe. Hay que verlo todo. No sólo lo que hay, sino lo que Dios ve y yo no veo. La Resurrección de Jesús lo renueva todo. Es entonces cuando empezamos a llamar a Jesús ‘el Señor’ El Señor quiere que vivamos esa alegría de la Pascua. Somos templo del Espíritu Santo. De un Espíritu que no es cosa sino persona. Persona viva, inteligente que quiere comunicarse. Que actúa en nuestro interior. Que hay que saber reconocer, y que tiene un plan concreto sobre cada uno porque no estamos hechos en molde.
En la primera Pascua, los discípulos tuvieron la ocasión de empezar lo que luego todos los cristianos hacemos en nuestra vida. Dejar que el Espíritu resucitado de Jesús cambie nuestro entendimiento y lo haga reposar en la fe, nuestra memoria en la esperanza, y que nuestra voluntad se esfuerce en el amor, en la caridad. Y que María, madre de la Iglesia haga que fructifique este retiro, y que la presencia de Jesús Resucitado nos acompañe siempre
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