jueves, 3 de febrero de 2011

" El camino de todo cristiano es Emaus” .-Dr. Clímaco Arieta

Dos seguidores de Cristo el día después del sábado, esto es el tercero después de su muerte, tristes y abatidos dejaron Jerusalén dirigiéndose a una villa poco distante, llamada precisamente Emaús. En el camino se les acercó Jesús Resucitado, pero no lo reconocieron. Viéndoles desalentados, les explicó, según las Escrituras, que el Mesías debía padecer y morir para alcanzar su gloria. Entrando después con ellos en casa, se sentó a la mesa, bendijo el pan y lo partió, y en ese momento lo reconocieron, pero Él desapareció de su vista, dejándolos plenamente maravillados ante aquel pan partido, nuevo signo de su presencia. E inmediatamente los dos regresaron a Jerusalén y contaron lo sucedido a los otros discípulos. La localidad de Emaús no ha sido identificada con certeza. Son varias hipótesis, y esto no es privado de sugerencia, porque nos deja pensar que Emaús representa en realidad todo lugar: el camino que conduce allí es el camino de todo cristiano; es más, el camino de cada hombre. Sobre nuestros caminos Jesús Resucitado se hace compañero de viaje para encender en nuestros corazones el calor de la fe y de la esperanza y partir el pan de la vida eterna. En la conversación de los discípulos con el desconocido viajero impacta la expresión que el evangelista Lucas pone en boca de uno de ellos: “Nosotros esperábamos...” (Este verbo en pasado lo dice todo: Habíamos creído, habíamos seguido, habíamos esperado..., pero ahora ya todo ha terminado. También Jesús de Nazaret, que se había demostrado profeta poderoso en obras y en palabras, ha fracasado, y nosotros quedado desilusionados. Este drama de los discípulos de Emaús aparece como un reflejo de la situación de muchos cristianos de nuestro tiempo. Parece que la esperanza de la fe ha fallado. La misma fe entra en crisis a causa de experiencias negativas que nos hacen sentir abandonados por el Señor. Pero este camino de Emaús en el cual caminamos puede convertirse en camino de una purificación y maduración de nuestra creencia en Dios. También hoy podemos entrar en diálogo con Jesús, escuchando Su Palabra. También hoy, Él parte el pan para nosotros y se nos da a Sí mismo como nuestro pan. Es así el encuentro con Cristo Resucitado, que es posible también hoy, nos da una fe más profunda y auténtica, templada, por así decir, a través del fuego del evento pascual; una fe robusta porque se nutre no de ideas humanas, sino de la Palabra
De Dios y de su presencia real en la Eucaristía
La tristeza o ausencia de Dios, no nos permite ver, su presencia en nuestras vidas ¿Cuántas veces no nos habrá pasado esto en nuestra vida personal? Aquél momento de conversión, aquél deseo de ser mejores, sincero, se queda ahí, porque la tristeza, el desánimo, el fracaso, nos gana la partida. Y volvemos a nuestro Emaús.
Es cuando Jesús resucitado, actúa con su energía ; cuando el se va quiere que le pidan que se quede con ellos. Ese quédate con nosotros es el nuestro, porque la causa de la tristeza suele ser la mayoría de las veces la ausencia de Dios. Nos vamos muriendo por dentro. Las pequeñas dificultades cobran mucha importancia, los recuerdos de pecado anteriores parecen enormes. La impotencia se insinúa. Y cuando desaparece recuperan la alegría A veces tenemos motivos razonables para el desánimo. Los de Emaús tenían motivos para el desánimo. Cualquiera de nosotros hubiera sido peor que el gafe. Tenemos motivos para estar desanimados o ser pesimistas. Pero no tenemos ni uno para estar desconfiados. La Iglesia que Jesús quiere es una Iglesia confiada, no una Iglesia optimista. Los cristianos de hoy puede que tengamos motivos para no ser optimistas. Pero tenemos todos los motivos para poder confiar, porque la confianza no se fundamenta en el éxito ni en nuestras fuerzas, sino en la promesa de Jesús. Puede que de este momento de purificación nazca una Iglesia mejor. ¿Qué sabemos nosotros? Nuestros análisis racionales están hechos a veces con poca fe. Hay que verlo todo. No sólo lo que hay, sino lo que Dios ve y yo no veo. La Resurrección de Jesús lo renueva todo. Es entonces cuando empezamos a llamar a Jesús ‘el Señor’ El Señor quiere que vivamos esa alegría de la Pascua. Somos templo del Espíritu Santo. De un Espíritu que no es cosa sino persona. Persona viva, inteligente que quiere comunicarse. Que actúa en nuestro interior. Que hay que saber reconocer, y que tiene un plan concreto sobre cada uno porque no estamos hechos en molde.
En la primera Pascua, los discípulos tuvieron la ocasión de empezar lo que luego todos los cristianos hacemos en nuestra vida. Dejar que el Espíritu resucitado de Jesús cambie nuestro entendimiento y lo haga reposar en la fe, nuestra memoria en la esperanza, y que nuestra voluntad se esfuerce en el amor, en la caridad. Y que María, madre de la Iglesia haga que fructifique este retiro, y que la presencia de Jesús Resucitado nos acompañe siempre








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